Sophie M.

Traducido del francés al español de Ecuador por Benjamin Aguilar Laguierce

 

Y para terminar, botado del bus en una carretera polvorienta a plena luz, solo, preguntándome el porqué de todo eso, aún quedan como doce kilómetros antes de llegar a Alkoachar. Rumbo al oeste, hacia el sol, no puede equivocarse, dijo el chofer.

La última parte del viaje fue la más extenuante, al límite de lo humanamente soportable para mí, para mí especialmente, para los demás no lo sé, les veo más frescos, ya estarán acostumbrados.

De pie en el sol mientras el bus levanta remolinos de tierra y hierba seca allá lejos. Lo que queda de camino lo estoy viendo como si ya estuviera ahí, doce kilómetros brosterizándome a fuego alto, con el sudor en los ojos, doce kilómetros con los pies torcidos entre las piedras, tragando el polvo. Por hoy ya tengo suficiente, ya veré lo que mañana me depara.

*

Alkoachar debe estar por allá, al pie de las primeras lomas, lejos de acá en todo caso; en una hora ya será de noche, todo sucede rápido por aquí, el sol no tarda mucho en estirar las sombras hacia lo infinito, va bajando y ya es de noche. Es lo que me dijeron: “ten cuidado si vas a ir a pie, el sol no tarda mucho en estirar las sombras hacia lo infinito, va bajando y ya es de noche”. No me lo estoy inventando.

No hay peligro alguno, nada de nada, puede dormir donde quiera, dejar sus cosas al descubierto, no le pasará nada.

¿Acaso es bueno que no suceda nada?

Por supuesto, cuando uno se va a una isla no se imagina eso, uno se imagina cosas pero no eso, de todas formas, cuando uno se imagina cosas nunca sucede igual, a veces es incluso mejor callarse. Uno podría pensar que una isla es frágil, con lo expuesta que está al desgaste del agua, pronta a ser destruida con la primera tormenta, y además acogedora, y pequeña, sí, sobre todo pequeña, todo al alcance de la mano, de un cabo a otro en un santiamén, uno se cree dueño del mundo con esas fronteras tangibles, conquistador barato y maltrecho de una lomita, nada más grande que un cigarrillo, apenas un par de zancadas, el alcance de un grito, en donde el viento ni puede cargarse con el olor de la tierra, entonces doce kilómetros a pie, discúlpeme, pero digo no.

*

Y es que hay islas incluso más grandes que tu propio país. Sí, ¿pero eso?

Y a ver, ¿por qué una isla habría de ser frágil?

Mejor ni abras la boca.

*

Sobre todo una isla de ésas, al filo de un continente agotado en sus extremos, desmigajándose hacia el océano, que va cediendo hebras de tierra al agua, ¿todo esto para protegerse de qué? El ego del océano se infla y la isla se encoge.

[…]

 

Benjamin Aguilar Laguierce es traductor profesional. Tras un Máster en estudios hispánicos e hispanoamericanos con especialización en traducción y lingüística y un Máster en traducción editorial de inglés, se dedica a la traducción literaria, editorial y creativa, a la traducción técnica, la traducción jurada y jurídica, y a la investigación (doctorado en traductología) enfocada en traductología, lingüística y lexicología.

 

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